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Elle que elle

El pasado mes de agosto hubo cierto revuelo en las redes sociales respecto de una campaña denominada con el hashtag #ElleEnLaRae. El objetivo de este movimiento era apoyar una petición en línea que quería lo siguiente, en sus (abreviadas) palabras:

Se hace un llamado a la RAE para la creación de un pronombre de género neutro […] se propone una variación de los pronombres ella y él como elle

Invito al lector a leer la petición entera, aunque el extracto anterior es suficiente para poner en contexto lo que comentaré en este artículo. A pesar de que el tema sin duda daría para profundizar hasta el infinito, hay tres puntos en particular sobre los que me voy a fijar: el papel de la RAE en todo esto, la necesidad de un artículo neutro, y de ser así, la idoneidad de elle como tal.


El primer punto que quiero aclarar es uno que ya toqué en un artículo anterior: la Real Academia no hace la lengua. Sí es cierto que podría decirse que deshace, ya que veta de forma continua cambios y novedades amparada en la posible temporalidad de estos o su inadecuación a ser considerados habla culta. Pero gominola no entró al diccionario hasta el año pasado y se lleva diciendo toda la vida sin que nos lleven detenidos.

Lo que esta campaña reclama, en realidad, es un espaldarazo potente a este pronombre que le otorgue respeto. Esto es, reconocimiento. Validación. Y en ese caso han ido a pedirle peras al enemigo. La RAE es la frontera final, el enemigo de fin de fase, la última valla que tendrán que tumbar. Por suerte, tiene un punto débil: a la RAE se le vence por tsunami. Si la población usa de forma masiva algo, su negativa a aceptarlo se tambalea cada vez más. Pero, aviso de amigo: los ubicuos imperativos en infinitivo («venga, acabar de comer rápido que tenemos que cerrar», «iros al carajo», «moveros un poco que no veo») llevan más tiempo royendo ese árbol y aún no ha habido suerte.

De todas formas, la RAE es un buen objetivo propagandístico. Una campaña #UsemosElPronombreElle no tiene el tirón de #ElleEnLaRae, donde se pinta una diana en un enemigo externo a la población y sobre el que es más fácil arengar a las tropas. Cuando no se trata de que hagamos todos algo, sino que lo hagan otros, es más fácil lograr adeptos. Así que la campaña, al menos, ha tenido visión estratégica.

Queda claro entonces el asunto. Si se quiere que el pronombre acabe recogido por la Academia, primero hemos de lograr que mucha gente lo use, y entonces ir con esa estadística y soltarla en la mesa del despacho del señor secretario con un sonoro golpe.


«Pero… ¿para qué vamos a usar tal pronombre? ¿Qué necesidad hay?»

Ese es el segundo quid. La respuesta habitual cuando se le presenta este tema a alguien ajeno a la controversia suele ser un pragmático «¿y para qué?».

Una cuestión que suele escaparse es que todo lo que se inventa se inventa por alguna razón (de este tema también hablé anteriormente). Es decir, aunque en temas en los que seamos legos podríamos pensar que ciertas cosas surgen «por surgir», cabe reconocer que si alguien pone tiempo y esfuerzo en diseñar y promover algo, es porque le importa. Por tanto, aunque no nos parezca relevante, hay un porqué detrás de su creación, que no es fortuita.

En este caso, el género neutro nace de las personas agénero (no se identifican como hombre ni mujer), bigénero (se identifican como ambos) y de género fluido (en alternancia). Todas estas personas encuadran el género neutro en luchar contra la obligatoriedad de encajar toda referencia a una persona en su género correspondiente; y, de rebote, en el uso del masculino como género por defecto.

Sobre el primer punto conviene aclarar una confusión frecuente. Al contrario que el sexo, que es algo biológico, el género es algo social: un constructo que refleja la forma en que nos presentamos en sociedad, nuestros comportamientos y las expectativas sociales a nuestro respecto. Esto no es un concepto nuevo, sino que esa dicotomía lleva décadas asentada en la psicología moderna y es empleado en campos tan dispares como el análisis de sociedades agrarias en la FAO. Es decir, los géneros, en el fondo, son estereotipos, y mucha gente no se encuentra a gusto en ninguno, o en ambos, o en ambos a la vez. Que haya gente que no les entienda y les ignore no significa que vayan a dejar de existir o vayan de repente a volverse «normales».

Sobre el masculino por defecto, me veo obligado a enlazar aquí con el famoso problema de los engañosos plurales neutros en castellano. Lo cierto es que la gramática dice que estos existen, solo que coinciden en forma con el masculino. Pero la realidad nos demuestra que esta no es una coincidencia, sino una fusión. La sociedad conceptualiza un neutro plural como un masculino. Por eso, si propongo imaginar cuatro políticos conversando, gran porcentaje de gente imaginará todo hombres; como mucho, alguno habrá imaginado una testimonial mujer en el grupo.

Se podría uno excusar en que tradicionalmente la política ha sido profesión de hombres. Pero si propongo al lector que imagine cinco enfermeros tomando café, dudo mucho que haya pensado en cuatro mujeres y un hombre. A pesar de que todos sabemos (y la estadística demuestra) que más del 80% del personal de enfermería son mujeres. Es decir, nuestro «masculino como sexo por defecto» es algo tan sistémico y arraigado en la forma de expresarnos que arrolla a la propia realidad.

Un género explícitamente neutro no solo permitiría que las personas cuya pieza no encaja en el hueco cuadrado ni circular pueden expresarse y ser expresadas; sino también permitiría poco a poco borrar las connotaciones sobre roles de género que inevitablemente vamos arrastrando (lo que hoy se solventa con circunloquios como «el personal de enfermería» como yo mismo he hecho antes).


Así que asumiendo que efectivamente queramos incluir en la sociedad a las personas con géneros no-binarios y/o que veamos las ventajas de no tener que andar desdoblando en «ciudadanos y ciudadanas» para evitar ocultar a las mujeres de nuestro discurso, ¿es elle la solución a nuestros males?

Pues, conviene recordar que el pronombre está bien, pero es apenas una pieza del puzle. Centrar la discusión en torno al pronombre es una mala copia del movimiento inglés al respecto.

En inglés, pocas palabras tienen género marcado. Para ellos, el mayor escollo a salvar era encontrar alternativa a he/she, ya que el sujeto es explícito en todas las frases. Finalmente revitalizaron un antiguo uso en singular del plural they, y parece que por ahí han resuelto el nudo gordiano.

En castellano, en cambio, existe el sujeto tácito; en una oración como «Me cae mal Álex, es imbécil» no ha sido necesario repetir el sujeto tras la coma, pues el verbo lleva la marca de tercera persona singular que nos remite a la anáfora anterior de «Álex».

Por tanto, vemos que ya es posible en castellano referirse a alguien sin marcarle un género. Pero es una capacidad muy limitada. El mayor problema viene cuando queremos decir algo más de Álex aparte de que es imbécil: si es fontanera, espabilado, estafador o creativa. Ahí vuelven a aparecer los huecos cuadrados y circulares donde encajar a Álex.

Por suerte, Sophia Gubb, la británica afincada en España detrás de la propuesta original, no se quedó ahí. Tuvo la visión de ver el problema real y por eso optó por el uso generalizado de e como marca neutra. Así, podríamos decir que Álex, a pesar de ser imbécil, es muy creative y espabilade, aunque hay que tener ojo con elle, que como fontanere es une estafadore.

Afrontémoslo: se nos hace raro leer así. Lo cual es normal, porque es muy nuevo. Pero la hemeroteca demuestra que hasta los sectores más conservadores tienen una concepción neutra (o no-binaria) de la e, por lo que parece que si hay salida del laberinto, es por aquí.

Nos costará. Lo resistiremos. Probablemente tarde décadas en asentarse. Pero si se va extendiendo, pronto estaremos cómodes con su uso, seguramente popularizado por algune tertuliane o troniste. Porque si algo caracteriza a les españoles, es que somos tozudes, y basta que une activiste del elle esté motivade a sacarlo adelante para que lo saque.

Aunque preveo más de una confusión para les pobres italianes y asturianes. Ye lo que hay.


Publicado originalmente en el número de otoño 2015 de terrae.

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