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¿Qué topónimo usar?

¿Pekín o Beijing? Entonces… ¿London? ¿Debo decir Les Arriondes siempre o podría llamarle (As) Arriondas en gallego? A mí es que Errenteria me suena extraño en castellano…

El tema de los topónimos trae cola. Por un lado, la oficialidad varía mucho dependiendo de dónde estés: en Galiza solo son oficiales los nombres en gallego, pero en Euskadi tienes un poco de todo (desde la fusión de Vitoria-Gasteiz a la duplicidad Donostia / San Sebastián). Mientras, la RAE defiende la forma castellana ante todo, si existe, y los wikipedistas españoles prenderían fuego al servidor antes que nombrar un artículo en otro idioma.

De lo que no hay duda es de que al hablante de un idioma a veces le cuesta pronunciar secuencias de otros, simplemente porque quedan como un pegote. Por ejemplo, el «ou» de Ourense no suena natural en castellano, sólo está presente en compuestos como estadounidense y otro par más.

Al mismo tiempo, cada vez más voces se alzan abogando por el uso de la toponimia local para evitar la pérdida de las formas nativas y como señal de respeto. Así pues: ¿qué hacer?

Con el tiempo, he ido desarrollando una directriz personal sobre qué topónimo intentar usar en cada ocasión que ha gozado de cierta aceptación entre con quienes lo he compartido. Hela aquí.


La respuesta corta, por si tienes prisa, es priorizar siempre las formas en peligro o pertenecientes a una cultura en posición de desventaja.

La respuesta larga requiere un planteamiento previo: dadas dos lenguas, es posible que una ejerza una influencia enorme sobre el desarrollo de la otra. Esto es: la lengua A se habla en una cultura cuyos actos acaban repercutiendo en la cultura donde se habla la lengua B. Sea por su mayor poder mediático, pujanza socioeconómica o dominio político. La cuestión es que la lengua B se ve afectada por la lengua A. Se adoptan palabras, giros, usos… y hasta nombres, incluso para sus propias villas y lugares.

No cabe engañarse: esto ha sucedido y sigue sucediendo, aunque con diverso nivel de incidencia según la zona. En Galiza, por suerte, está remitiendo el efecto, mientras que en Asturies la restauración no ha hecho más que empezar. Si no sabes lo que es el Picu Urriellu pero te suena el Naranjo de Bulnes, ya sabes por qué es. ¡Y eso que la primera persona de la que se tiene registro que le llame Naranjo es un alemán! Aunque eso sí, elaboraba mapas al servicio del gobierno español del siglo XIX.

L’Urriellu, antes de que Gondor encendiese las almenaras.

Lo que esto supone, cuando no se consigue contrarrestar, es que la lengua B pierde otro poco de su legado cultural. Se desgaja otro trozo de su historia y se diluye otra nota de color entre el diluvio de la cultura A. Por eso, cada centímetro que se defienda, cuenta.


Sobre esta base, entonces, vamos a plantear cuatro posibles situaciones:

Dos culturas dominantes que no se dominan entre sí. Por ejemplo, si nos referimos a Londres en castellano, o a Florence en francés. En este caso, ninguna de las culturas está en desventaja (no hay influencia predominante), y por tanto no hay ningún peligro. Podemos decir Londres o London, y los franceses Florence o Firenze, y no pasa nada.

Referirse a la cultura dominante desde la dominada. Por ejemplo, Madril en euskera o Mairil en estremeñu. En estos casos, es perfectamente lícito el empleo del nombre no castellano (Madrid). Es muy improbable que por influjo extremeño los propios madrileños acaben llamando a su ciudad Mairil, así que no hay amenaza ninguna. Al contrario, se conservan formas propias del idioma dominado que potencian su idiosincrasia y ayudan a su valoración por los hablantes como lengua con léxico propio.

Que los gallegos llamen Capetón a Cape Town o Nuarca a Newark transmite no sólo la historia de los marinos que viajaban hasta allí, sino también la (obvia) capacidad del gallego para desarrollar sus propios nombres para las realidades que conoce, y pone otro tapón a consideraciones hablistas sobre su categoría como lengua de segunda.

Referirse a la cultura dominada desde la dominante. El gran dilema. ¿«Voy a Lérida» o «Voy a Lleida»? De nuevo, aquí debería usarse el topónimo de la cultura dominada. ¿Por qué? Primero, por la influencia de vuelta que va a tener la cultura dominante sobre la dominada, que ya hemos comentado. Lo que se hace en la lengua A acaba impactando en la lengua B, y ha de tenerse en cuenta. Si hay que elegir qué topónimo salvar, la lengua dominante no lo va a echar en falta; la dominada. sí.

Segundo, por visibilidad. La ‘traducción’ de topónimos invisibiliza la presencia de esas lenguas. Encierra al hablante en una burbuja, en una ilusión engañosa de homogeneidad lingüística y cultural. Esa expectativa irreal de que la lengua dominante lo permea todo es la que hace asumir que cuando no se usa, es porque se ha decidido adrede y con perversas intenciones.

De este modo, se acaba llegando a actitudes y reacciones del tipo «habla aranés por joder» o «si decide hablar en vasco debe ser un terrorista». No debería ser posible que una persona, en un contexto español, sea capaz de convivir en un estado donde el 43% de la población está en zonas multilingües y todavía crea que cuando el catalán despertó, el español ya estaba allí.

(Y sí, he hecho el cálculo: a ojo, en España hay 47 millones de personas, de las cuales 7.5 en Catalunya, 5 en País Valencià, 2.7 en Galiza, 2.1 en Euskadi, 1.1 en Balears, 1 en Asturies y 0.5 en Nafarroa. Un 42.3% en zonas multilingües. Y fijaos que ni siquiera he contado parcialmente Aragón ni Estremaúra ni Llión ni Cantabria ni Ceuta ni Melilla ni…)

Dos culturas dominadas por otras. ¿Debería decir Uviéu en euskera? Este caso tiene algo más de vicisitud, pues ninguna de esas culturas domina sobre la otra: cada una ‘resiste’ contra un tercero (que puede ser el mismo o no).

Sería lícito emplear en cada lengua el que ella misma ha desarrollado, como parte de la defensa de su legado. Sin embargo, es bonito tener el gesto de apoyo en la lucha del otro (en aras de la solidaridad) y contribuir a normalizar su forma local en todos los ámbitos: al fin y al cabo, los habitantes de un sitio tienen derecho a decidir cómo quieren que se llame a su hogar. Más importante es para ellos conservar la forma que han elegido que para ti la que les das.

Por otro lado, en muchas ocasiones, los topónimos distantes llegan a lenguas dominadas filtrados por la cultura dominante. Por tanto, ya no se trata del topónimo original, pero tampoco de un topónimo de desarrollo propio, sino el de un tercero. En este caso es más fácil (y menos doloroso) renunciar a él.


En resumen, esta es la propuesta sintetizada, con ejemplos:

  • En castellano se puede decir Londres
  • En castellano mejor decir Eivissa
  • En catalán mejor decir Saragossa
  • En catalán mejor decir Donostia

Lo bueno de este protocolo es que, al ser genérico, es a la vez extensible a otros vocabularios de similares características, como puedan ser los gentilicios o los propios nombres de las lenguas (inuit, amazigh, etc).


Disclaimer: a la hora de la verdad, entiendo que en el oral se mueve uno mucho más por inercia. Pero en lo escrito, especialmente público, hay tiempo de reflexionar y repasar. A veces se escapa, ¡es normal! Pero intentar hacer el esfuerzo no cuesta nada 🙂

Disclaimer 2: este artículo asume constantemente la equivalencia entre lengua y cultura. Espero que nadie sea ajeno a la existencia de lenguas multiculturales y culturas multilingües. Es solo un ardid para hacer más sencilla la explicación.


Publicado originalmente en El ratón ciego.