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El diamante carmesí

Alastor sacó la funda de cuero de la bolsa y la dejó meticulosamente sobre el alféizar. Extrajo dos pequeños palancas, manipuló el cierre con movimientos finos y precisos y las volvió a guardar. Metió de nuevo la funda en la bolsa, consultó su reloj y esperó. Ton. Ton. En unísono con la segunda campanada, levantó la hoja de la ventana de un movimiento seco. Ton. Con la tercera, se deslizó dentro de la sala con un grácil salto. Ton. Con la cuarta y última, bajó de nuevo la ventana. Perfecto.

Mientras daba un minuto a sus ojos para aclimatarse a la oscuridad interior, buscó el mapa en el bolsillo de la manga. Repasó el plan. El guardia pasaría en diez minutos, acercándose desde el ala oeste y realizando dos bucles, uno a través del salón principal y otro por el pasillo de las esculturas. Para entonces debía estar oculto en la sala de contadores, donde aguardaría hasta el siguiente toque de campanas de la catedral. Bien.

La sala de las gemas tenía unas medidas de seguridad bastante dignas, a la altura de sus tesoros, pero Alastor las atravesó como una brisa. Solo restaba abrir la vitrina. Sabía que el diamante real no era el expuesto—un mero engañabobos—, sino el que se custodiaba debajo, en una caja fuerte escondida en el pedestal. Tenía tres minutos antes de que la cámara de infrarrojos comenzase a sospechar de su prolongada presencia. Vamos allá.

Cuatro giros precisos y una controlada descarga eléctrica después, los barrotes se deslizaron y la puerta se abrió. Alastor no se abalanzó. Revisó el marco interior, encontrando un pequeño hilo con un disparador. Astuto. Una última barrera. Pero, antes de desactivarlo, algo le llamó la atención. Era un brillo en el interior, un brillo rojizo. Por primera vez, vaciló. Miró a su alrededor, comprobando—imposible— si se había equivocado de peana. «Diamante de Sierra Leona. Colección von Katzenberg». Ese era, en efecto. Pero debía ser transparente, como el expuesto. ¿Qué broma era esta?

Continuará.


Premisa de relato a completar por otro participante como parte de un taller de escritura creativa. Puedes leer cómo completé yo la premisa de otro compañero en Los vecinos.

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